Hola amigos.
A la espera de que mi editor inicie la publicación de los cuatro trillones de copias de la tercera entrega en la saga de Jan Veracruz (¿o acaso os pensábais, malnacidos, que no iba a tener continuidad?) y para ir haciendo boca, rescataremos otro documento del pasado. Esta vez el más oscuro pasado. Inspirados por la conjunción astral que la reciente noche de Todos los Santos (al que ose decir Halloween se le practicará la traqueotomía con una lata de calamares) tuvo con la de Walpurgis, nuestra maquinaria periodística se puso a investigar sobre lo más negro del alma humana. De los infernales y helados bosques noruegos, por ande desovan los salmones a mano derecha, surge una demoníaca figura cuya sola presencia provoca escalofríos. Un ser impío que regaló su alma al demonio en una macabra mariage; una voz infame, deformada por la negra entidad que le posee lanzando al mundo un mensaje de muerte y desolación. Sus ojos lloran lágrimas de sangre mientras su lengua viperina nos transmite en clave de sol un vil y profanado sacramento. Vean sino a este blasfemo siervo de Satán en acción:
Una pegadiza a la par que maligna tonadilla que causó furor en el mundo, difundiendo un ideal de rencor y maldad entre la sociedad. Obseven los gestos de odio desesperado, de un alma retorcida por el dolor con el que este demonio nos obsequia.
Sin embargo, fue victima de su propio éxito. Ebrios de victoria, incluso los demonios se pueden volver a corromper. Y a éste finalmente le pudo más el dinero que los ideales. Observen su siguiente aparición:
Mmmmm... Sí. El mensaje de odio sigue ahí y está muy claro. Pero observen su imagen. Ya no parece ese aterrador angel caído. Ahora más bien se nos asemeja a un metrosexual de lo macabro. Y cómo saluda al público, complacido y a la vez embelesado por su propio carisma. No amigos, ese no es el camino. Cada vez que mezclamos la música con el éxito, la fama y el dinero surge un solo resultado: industria. Ni siquiera los más desinteresados siervos del terror y lo profano quedan libres de este triste axioma.
Ahí queda esa reflexión.
lunes, 6 de noviembre de 2006
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