lunes, 22 de marzo de 2010

El último hombre



Perris se levantó pesadamente de su cobertura tras un nido de escombros. El sol del atardecer arrancaba con sus últimos rayos leves destellos a las grisáceas ruinas. La guerra contra la quimeras estaba más que perdida. Del glorioso pelotón otrora conocido como el CMC apenas quedaba ya nada excepto el recuerdo. El bravo comandante al mando, audaz Spoopy, despareció una noche sin dejar rastro. Tal vez fuera secuestrado por las quimeras. Tal vez por los helghast. O tal vez simplemente se hartó de la guerra y la comida enlatada y se fue a casa a cuidar de los gatos.



El caso de Jan fue aún más sangrante. Cometió el peor delito que puede cometer un soldado: deserción. Hizo las maletas para enrolarse en un infame grupo conocido como LCT y abandonó para siempre a sus antigos aliados a su suerte. Hoy apenas se sabe nada de él ni de sus nuevos compañeros, salvo algún susurro leve que porta el viento de vez en cuando “Cagon diooos, tengo que cambiar el agua del vaso”.



El de Mon_TUX fue un caso también harto extraño. Adquirió el hábito de escribir anotaciones cada día en las trincheras, y así acabó publicando el famoso “Libro de los trolls”. Tras cumplir este hito se echó el hatillo al hombro y comenzó a vagar por las runias del mundo en busca de la iluminación. Se cuenta que en su búsqueda halló a Spoopy, y que Spoopy le inició en el nuevo camino de la cerveza. Pero es un hecho indemostrable, a mitad de camino entre el mito y la leyenda.



Pipe fue herido en la batalla de Salamanca, donde la cuchilla de una splicer le seccionó los ojos. Enloquecido y ciego, acabó en un sanatorio militar de Toledo donde hoy en día aún subsiste con una exigua pensión militar e incomunicado del resto del mundo. Las malas lenguas dicen que la herida se la provocó él mismo, para poder cobrar la pensión, o para evitar ver algo. El caso es que en sus escasos momentos de lucidez aún se le escucha contar relatos de la batalla, imitar a Iker Jiménez, tirarle a Grillo pedos en la cara y clamar por el poder de la vara.






Perris se cubrió los ojos con la mano a modo de visera para ver mejor, pues los rayos del sol moribundo le daban directamente en la cara. Ante sí sólo había un desolado paisaje de ruinas. En la otra mano aún sostenía el fusil del cascanueces, como él mismo, último baluarte del CMC. No tardaron en escucharse los rugidos (“que putas ulcerísimas estomacales tienen que tener estos bichos, mai fren”) de las quimeras, y sus siluetas se recortaban en gran número por el horizonte. Muchas llevaban el lapicero. Perris sacó la munición avanzada y saltó por encima del parapeto, corriendo y gritando a pleno pulmón con el fusil terciado. Así fue la última carga del CMC. Así el día en que cayó el último hombre.

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