Txema Gius subió pesadamente la interminable escalera de caracol que daba acceso a lo más alto de la torre. Construida con enormes bloques de piedra sobre una planta hexagonal, la vieja atalaya se erguía sobre las montañas asturleonesas. Con su cuerpo debilitado por las largas noches sin dormir volcado en la lectura de antiguos legajos olvidados, Txema se apoyó en el muro del último peldaño para recuperar el resuello. Con gesto tembloroso abrió la puerta que franqueaba el paso al Santuario Arcano. Allí, tras una escritorio de roble blanco japonés, le aguardaba Altraus Montxus. La habitación carecía de más mobiliario, aparte de la silla sobre la que Montxus se recostaba. Unos ideogramas adornaban las paredes representando vetustos conceptos como Ki, Karma, Iluminación, Macarrismo...
- Pasa Txema, por favor – dijo Montxus con voz libre de nicotina -. Y cuéntame qué te perturba.
- Maestro – dijo Txema -. Hay una era que ocupa mis pensamientos incesantemente. Una cuestión que remueve mi conciencia. ¿Construyeron los extraterrestres las pirámides?
- Puedes verlo por ti mismo... ¿Has traído el equipo necesario para el viaje?
- Sí, mi maestro... Aquí está... Un litro de aquarius, cuatro litros de Meahu, una empanada del hipergol y unos gusanitos.
- Muy bien – dijo Montxus -. Pues consúmelo y prepárate para expandir tu conciencia a través de las nieblas del pasado.
- Sí, mi maestro.
Txema comió con avidez y bebió exhibiendo una sed de mil diablos. Pronto sus sentidos se ampliaron y ante sus ojos, entre una extraña bruma, comenzaron a desfilar los años y las eras. Hasta detenerse en la época del gran faraón Pepén I. Allí pudo ver al rey de Egipto en su trono, y la aproximación de naves espaciales de los Protos, los Zerg, los Anu’ Udrianos y los Selenitas. Todas estas culturas extraplanares agasajaron al faraón con regalos, pidiéndole permiso para construir las pirámides en sus tierras. Pepén, que había expropiado las mismas a los judíos y recalificado el terreno, decidió ir liberando el suelo metro cuadrado a metro cuadrado. Se produjo una gran puja por estos terrenos subastados y al final, los protos, tras pagar la inmensa suma de mil millones de granos de cebada, consiguieron la concesión, al decidirse el faraón aconsejado por su escriba Pi-pe III. Dicho escriba extendió la mano por lo bajini para llevarse su comisión, inmortalizado en postura hierofante en los jeroglíficos. Y así, Txema pudo ver cómo se produjo el primer pelotazo de la historia y se sentó la base de la cultura occidental.
Notas posteriores anotadas por Txema en su Diario de los anales: Las pirámides perdieron su funcionalidad como puertas dimensionales cuando se concedió, en otra pingüe operación, el mantenimiento a Te-le-Phónica y sus técnicos de origen maya e inca. Se rumorea que por allí estuvo también el comercial de MS con su maletín, pero no pude comprobarlo con mis propios ojos en el viaje.
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