Ha sido abrumador. Me refiero al éxito de la canción de coca cola zero. Así lo atestigua el armario que tengo lleno de bragas pendientes de firmar enviadas por mis fans de medio mundo. Uno de mis lectores, médico psiquiatra de profesión, incluso se animó a mandarme el perfil psicológico del personaje de Jan Nieve. Amigo mío, se lo agradezco, pero para profundizar en la personalidad de Jan habría que desarrollar una ciencia nueva. No obstante tengo en consideración su esfuerzo.
Por otra parte, ha llegado a mis oídos la noticia de que un tal Martin nosequé está escribiendo una versión de mi obra titulada “La canción de hielo y fuego” como homenaje. Desde aquí le agradezco que haya pensado en mi trama para desarrollar la suya propia y le deseo la mejor de las suertes.
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Tengo el orgullo de presentarles un nuevo capítulo, que fue finalista en los premios Hugo, siendo derrotado al final por un voto ante la que, de forma curiosa, es otra obra mía: Janny Potter y el cáliz de agua con cuajarones.
MONDOR CLEGANE
La mañana amanecía fresca, y Mondor Clegane se hallaba sentado al pie de un árbol comiéndose una manzana a modo de desayuno. “Se acerca el invierno”. Esos norteños y sus estúpidos lemas. Tal y como estaba, se sacó la chorra y se puso a mear. Sentado. “No, nunca seré un caballero.” Pensó. “No tengo modales de Ser, los Otros se los lleven a todos. Hipócritas. Yo soy el Perro”. Sacó un pellejo de vino dorado del rejo que había robado en la última taberna y echó un largo trago. Con un sonoro eructo, se guardó la chorra y se rascó las pelotas. Una sonrisa afloró a sus labios al acordarse de la ramera con la que había pasado la noche. Qué cara de espanto puso cuando la luz de la vela iluminó su rostro medio quemado. De niño, a Mondor le regalaron el Queminova. Querían que fuera maestre en la ciudadela. Pero pronto, tal y como atestiguan las quemaduras de su cara, se puso de manifiesto que las ciencias no eran lo suyo. Así que decidió vivir y morir por la espada. Perdió la cuenta de los hombres que había matado en el septagésimo octavo. Si había algo que hacía iguales a los seres humanos, era la muerte. Fuertes o débiles, rubios o morenos, listos o tontos, negros o albinos. Con una espada hendiéndoles el cráneo todos morían igual. Había sido mercenario, escudo de un príncipe, soldado, mirmidón… Pero nunca caballero. Los odiaba con todas sus fuerzas. Normal, tantos años aguantando a los estereotipados paladines del Grillo.
Arrojó lejos hacia el camino el corazón de manzana mordisqueado y metió la mano en la bolsa. No tintineaba, pero al menos había un venado de plata. Con suerte y algo de regateo, podría cenar esta noche, y quizás le sobrara para las casas de lenocinio. Echó otro trago de vino. Aún recordaba el último banquete al que había asistido. Se había servido empanada de lamprea, copón asado con relleno de tocino de cocho, revuelto de setas con ajo arriero y picadillo de cecina, pescadilla que se mordía la cola, paté de anade estofado con rabo de buey y vino caliente especiado. Pero de eso hacía mucho. Ahora subsistía a base de sopas de cebolla y leche de soja en tabernas de poco lustre. Había dejado la corte y vuelto a la vida del mercenario.
- ¡Mondor Clegane! ¿Acaso le han soltado la correa al Perro? No pensaba que se pudiera pillar desprevenido a un cánido.
“Desprevenido no, medio abubilla. Mierda, he bebido demasiado vino casi en ayunas”.
- Es que me acabo de guardar la chorra. Pero si quieres me la saco otra vez y te la inserto en tol ojete, que sé que te gusta.
Ante él había tres jinetes y cinco hombres a pie. Habían salido del recodo del camino que se perdía entre los árboles. Debería haberlos oído, pero eran miembros (con perdón) de la Compañía Audaz y sabían moverse en silencio, incluso con armaduras. Iban fuertemente armados, y a su frente estaba el cazarrecompensas Ser Gio la Cabra Negra.
- Han puesto precio a tu cabeza, perro. Y he venido a cobrarlo.
Mondor escupió al suelo de forma ruidosa.
- ¿Y quién, si se puede saber, desea un adorno tan feo como mi cabeza?
- Ser Txemaime Lanninster.
- ¿El matarreyes? ¿Por qué?
- No lo dijo.
Con un sonido metálico, Mondor desenvainó la espada y la interpuso entre él y Ser Gio.
- Pues si quieres mi cabeza, cabritillo, ven a por ella.
lunes, 20 de octubre de 2008
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maaadre de dios... y todo asi, sin despeinarse
ResponderEliminarSeguiremos pendientes de la historia
Saludos
Lo que es yo, encuentro muy difícil que me despeine, pero bueno, cosas más raras se han visto.
ResponderEliminarSirva este comment de agradecimiento a mis fans como anticipo al nuevo capítulo que se está gestando y será publicado esta semana
Bueno, pues seguiremos esperando, que tengo unos cuantos madrileños a los que espabilar con este blog :D
ResponderEliminarA ver si se nos anima también pepe... que le veo muy desaparecido y acumular tantas cosas en la cabeza no es bueno!
Lo que acumulo es cerveza en el estomago, la cabeza la tengo bastante libre xD, pero ya que lo dices he dejado un regalito un poco más arriba, échale un ojo a la foto...
ResponderEliminarY encima hace publicidad en otros posts... Maldito cuervo cambiacapas...
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