lunes, 11 de septiembre de 2006

Esta noche he tenido un sueño...

... y como el de Martin Luther King, es un sueño de justicia y libertad. Aunque un sueño bastante más hijoputa y retorcido. Verán. El escenario era una fría pero soleada mañana de octubre en la Puerta del Sol de Madrid. Una ligera brisa arrastraba las caducas hojas de los árboles, dando ocres pinceladas al pavimento aquí y allá. Y en medio de la plaza, silenciosas y solemnes, se alzaban cuatro guillotinas. Réplica exacta de aquellas que utilizaron los enfants de la patrie en su pequeña revuelta. Y perfectamente operativas. Coño, ya nos iba tocando a nosotros hacer una buena revolución en condiciones. Montones de ciudadanos se iban agolpando para ver el espectáculo con cucuruchos de papel repletos de humeantes castañas asadas. Así, una hilera de revolucionarios (he de añadir que revolucionarios sin líder. Porque desgraciadamente los de verdad suelen tenerlos. Y en no pocas ocasiones éstos han sido unos hijos de la grandísima puta) conducía a nuestros bravos senadores, diputados, concejales, alcaldes y un largo etcétera de personalidades políticas hacia su ominoso destino. Como paso previo los hacían desfilar ante un montón de cajas de madera, instándoles a depositar en ellas sus enseres personales. “Vamos señorías, no me sean tacaños. Que se acerca la navidad. Dejen en las cajas las llaves del BMW, del Mercedes, las bolsitas de perico, las tarjetas de crédito... Sí, señor ministro, no me mire así. La de la cuenta en Suiza también. Y usted, deje ese Rolex de oro y sus zapatos Martinelli. ¿Me decía antes que era su señoría de izquierdas? ¿O era de derechas? Pues menos mal que me lo dijo. Se me antojan todos ustedes iguales. Por eso van a acabar todos de la misma forma. Venga, fuera esos zapatos.”

De este modo iban subiendo a la palestra y agachando la rabadilla para introducir la cabeza en la guillotina. Entonces el verdugo (que no era un encapuchado gordo, sudoroso y peludo, sino una hermosa modelo que dejó su carrera de actriz para poder acceder al puesto; entiéndanme, hacía falta alguien no vinculado a la política, cosa imposible en el mundo del cine español) soltaba cuerda y zaaaaaaaang, tchac, plof, cabeza al cesto. “Hoy le ha quedado muy apurado el afeitado a su señoría. Hoy sí que está guapo.” Lo mejor eran los comentarios de los asistentes. “Ese ya dejó de especular definitivamente”, “Otro menos a cobrar comisiones”, etc. Muy jocosos ellos, atiborrándose de castañas.

Lástima que el sueño acabase justo ahí. No sé como terminaría la cosa, en qué se convertiría el cotarro o quienes llevarían las riendas del mismo. Los despertadores siempre te joden los sueños antes del final. Pero me la suda. A mí la satisfacción de haber visto la casquería no me la quita nadie. Es lo que hay.

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