Selva Lacandona, Méjico
Septiembre, año de nuestro señor de 1815
Jan caminaba penosamente, jadeando en un aire viciado de humedad y calor. A golpe de machete se iba abriendo paso entre la enmarañada vegetación, compuesta de raras plantas coronadas por caobas y cedros rojos. En alguna parte aulló una manada de monos que huía hacia la espesura. El cielo estaba encapotado y amenazaba tormenta de nuevo.
- ¡Cristo Bendito! – murmuró Jan aplastando de un manotazo un mosquito en su cuello -. Nunca había visto nada como esto. Y mira que he visto mierda en mi vida.
Jan Veracruz había servido en el cuerpo de Batallones de Infantería de Marina de Su Majestad el Rey de España. No resultaba raro imaginar que, en efecto, había visto mucha mierda. Como la defensa de Ferrol de 1800 donde, con un tres puentes (el London de 98 cañones), cuatro dos puentes, cinco fragatas, varios menores y un convoy de transportes, esos arrogantes ingleses – hijos de perra – se las habían hecho pasar putas. Expediciones, lo llamaban. Aunque la palabra correcta podría ser Saqueos. Pero en aquella ocasión les salió el tiro por la culata a los casacas rojas. Y a los que la lucían verde, el 95º regimiento de fusileros británicos, que peleaba por primera vez en su historia. Y bien estrenados quedaron, los hijoputas, huyendo con el rabo entre las piernas.
Pero de todos los tinglados en los que se vio envuelto, el favorito de Jan fue el de Trafalgar. Peleó con un batallón de marines a bordo del Redoutable, navío francés de 74 cañones mandado por el capitán de Lucas; un tío con los huevos bien puestos en su sitio. El infierno parecía un salón de té comparado con aquello. Andanadas de cañonazos por todas partes, el crujir de las tablas al astillarse y quebrar, el chapoteo de velámenes, palos y hombres cayendo al agua, los gritos de agonía de los heridos... Jan se hallaba en cubierta protegido tras la borda, asomando para dispararles plomazos a los navíos británicos más próximos tan a menudo como el tiempo de recarga del fusil se lo permitía. Acres nubes de pólvora y humo se incrustaban en sus pulmones y arrancaban lágrimas de sus ojos. Jan no era ni mucho menos un soldado cabal. Con mirada sangrienta se batía despiadadamente, matando más ingleses que la peste con el grito de “¡Al infierno, perros casacones! ¡Vivaspaña!”. Por encima del griterío se alzó la voz del capitán dando una orden y en cubierta redoblaron los tambores. El Redoutable viró y fue a cortarle el paso al Victory, buque insignia británico, que navegaba a barlovento. Jan se asomó y detuvo su furia por unos segundos, admirando la mole que se les venía encima. Un tres puentes repletito de cañones, tripulado por expertos marinos y capitaneado por el mismísimo Nelson. El invencible hijoputa. El choque no se hizo esperar y las andanadas de cañonazos resonaban hasta en el mismísimo infierno. El Redoutable pronto se vio desarbolado y con severos daños en el casco, pero a de Lucas ni se le pasaba por la cabeza arriar bandera. “Pegjos inglesés” murmuraba en el puente mirando por el catalejo “Nos están metiendo la libegjté y la egalité poj el culó... Intensificad el fuego, cojones, ¡que no se diga!”. Y una nueva andanada de cañonazos brotó del Redoutable, astillando por todas partes al Victory y dejándolo también hecho unos zorros. Jan asomó la cabeza y vio cómo una de las balas de cañón partía limpiamente el palo de la cangreja del buque insignia inglés, que cayó al agua con gran estrépito. Pronunció entonces la frase que pasaría a la Historia “¡Me cago en mi vieja! ¡La cangreja!”. Y en estas que en el puente del Victory acertó a ver a un hombre tuerto y manco, con más condecoraciones en la casacona que el coronel de la canción. “¡Pero si es el hijoputa de Nelson!” pensó Jan. “No te muevas de ahí, rey, que te voy a poner otra medalla”. Apuntando cuidadosamente con el fusil, Jan soltó una descarga precedida del clásico estampido y fogonazo.
- ¡Esa para ti, Horacio, de parte de uno del Bierzo!.
El plomo entró por el hombro de Nelson y perforó su pulmón, alojándose la bala en la columna vertebral. El almirante cayó seco sangrando profusamente mientras Jan prorrumpía en vítores.
- ¡Espero no haberte jodido la hora del té, milord. ¡Jajajajajaja!
Pero no hubo mucho tiempo para celebrar nada. Ni motivos. La armada hispanofrancesa fue derrotada y el Redoutable se hundió debido a las numerosas vías de agua. Jan fue rescatado del mar por los marineros del Victory y llevado a una prisión en Gribraltar. Tras unos meses de penosa estancia logró escapar y volver a la vieja España. Pero el tenaz soldado no las tenía todas consigo. El alto mando de la marina aliada, furioso por la derrota y a la busca y captura de cabezas de turco, no se creyó su versión de haber sido hecho prisionero. Se le formó consejo de guerra y fue declarado desertor. Acusado de alta traición, se ordenó su fusilamiento. Pero de nuevo consiguió escapar y desde entonces sobrevive como mercenario. De aquello hace ya diez largos años...
- ¡Cristo bendito! – repitió Jan mientras un relámpago cruzaba el cielo -. Aquí va otra vez...
Una cortina de agua comenzó a caer con furia, haciendo doblarse la vegetación. Su raída y vieja casaca azul de infante de marina, que aún conservaba, se caló hasta que el agua comenzó a empapar su piel.
- ¡Esta selva mejicana es mil veces peor que los perros ingleses! ¡Que el demonio se me lleve! Profesor... ¿Por qué te dejaste atrapar? ¡Joder!
A lo lejos comenzaron a hacerse audibles unos extraños y ancestrales cánticos...
Continuará...
N. del A.: Esto es una ficción. Como tal, el autor se ha tomado ciertas licencias históricas. Aclaramos aquí que ningún batallón de infantería de la marina española peleó a bordo del Redoutable. Del mismo modo, Jan no mató a Nelson. Fue el disparo de un marino francés cuyo nombre sigue siendo un misterio...
Saludos desde Ponferrada, El Bierzo.
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