La siguiente historia pudiera tener tintes de leyenda urbana, dado que a mí me la han contado. Pero no, amado lector o amada lectora. Es real como la vida misma. Tan verídica como que estamos fuera del mundial. Y es que a Jan le ha salido un duro competidor. Bueno, a decir verdad, siempre estuvo ahí. Oculto entre las multitudes. Sabiendo que algún día podrá emerger cual titán de las profundidades marinas. Ah, pero no perdamos más el tiempo en divagaciones. La historia que llegó a mis oídos es la siguiente:
Era un día de verano, en una piscina pública de un pueblo de León cuyo nombre omitiremos piadosamente. Allí había acudido a pasar el día un grupo de chavales. En realidad no tan chavales, pues muchos ya superaban la veintena. He aquí que se encontraban tranquilamente conversando, tumbados en sus toallas mientras el sol secaba sus pieles mojadas. A su lado, a escasos metros, había otro grupo; compuesto éste de bellas y jóvenes mozas que les lanzaban furtivas miradas entre risitas. Entonces una de ellas, para captar la atención de los mozos, tuvo a bien hacer un avioncito de papel y tirárselo, yendo a encontrar su destino a los pies de uno de los jóvenes. Éste lo recogió entre las risas y ya descaradas miradas de las chicas. En el seno de los mozos se produjo entonces un gran debate. Se oían frases como “¡Qué buenas están!” “Ya hemos ligado” “Hay que escribirles algo” etc. Entonces decidieron que iban a escribirles una poesía y lanzársela de vuelta en ese mismo avión de papel. Uno de los mozos se adelantó a la voz de “¡Dejadme a mí!”. Ni corto ni perezoso, cogió un bolígrafo y garabateó en el papel con letra apretujada la siguiente sentencia:
Fuera, cochas. Que vos gole la ñocla.
Hecho esto, rehizo el avión y se lo arrojó a las chicas. El resto de mozos se llevaba las manos a la cabeza entre expresiones como “Pero ¡Qué has hecho!”, “Ahora sí que la hemos cagado”. A lo que éste respondió “¡No te jode! ¿Y qué queríais ponerles? ¿Mariconadas?”.
He de confesar que siento una debilidad primordial por este tipo de poesía. Me pone los pelos de punta. El ornamento de su retórica, el fino estilismo de su musicalidad, la cuidada selección de todas y cada una de las palabras... Un supremo arte en el que a Jan suponíamos el maestro. ¡Pero cuidado! Todo Góngora tiene su Quevedo. Esperemos que este nuevo artista salga a la luz y asistamos a un duelo de lírica como el de los citados. Un nuevo Siglo de Oro para la exhausta Literatura española.