lunes, 12 de junio de 2006

El blues del Fa-Mas.

Era una boda como cualquier otra. En un pueblo de la España profunda de cuyo nombre no quiero acordarme, se casaba el Andrés con la Manuela. Le habían alquilado la nave al Paco para hacer el banquete, pues no tenían dinero para irse a un restaurante de la capital. Colgaron adornos floridos en el armazón del techo y colocaron pulcramente un montón de mesas y sillas de camping para acomode de los comensales. En una sábana que colgaba de una viga, escrito con spray negro, los mozos del pueblo habían bromeado “Andresin, uye. Todabia estas a tiempo”. El banquete acababa de finalizar. En los platos podían verse restos de paella y cordero asado. Los vejetes bailaban con los novios animadamente al ritmo de un vetusto casette en el que sonaba Pajaritos a volar. Habían grabado una cinta para la ocasión con varias canciones marchosas. Mientras, los mozos se habían tumbado al lado de las mesas para jugar al mus y dar buena cuenta de unas botellas de pacharán.

Súbitamente, la puerta de la nave se abrió con gran estrépito entre una nube de polvo. Los vejetes tosieron asustados preguntándose qué estaba pasando. De entre el humo surgió un tipo extraño. Era alto, con una gabardina negra que llegaba hasta el suelo. Lucía un pelo ala de cuervo engominado y sus ojos se ocultaban tras unas gafas de sol en un rostro aquilino. Llevaba botines negros y guantes de cuero del mismo color. Los vejetes se abrazaban unos a otros presas de pánico mientras los novios contemplaban la escena horrorizados.

- Buenos días, damas y caballeros – dijo el extraño con voz queda -. Permítanme que me presente. Mi nombre es... señor Smith. Soy un agente de representación y gestión del derecho a la propiedad intelectual de músicos y artistas. Derecho que como ustedes bien saben aquí y ahora está siendo... vulnerado. Lamento comunicarles que según la ley estoy autorizado al uso de la fuerza.

Haciendo a un lado la gabardina, el señor Smith extrajo de sus ropas un fusil de asalto tipo fa-mas. Amartilló el percutor ante el horror de la concurrencia y comenzó a disparar. Con gran estruendo y enormes fogonazos, el arma escupió intermitentemente en largas ráfagas una lluvia de plomo sobre los invitados. Los cuerpos de los vejetes, novios y mozos se retorcían mientras recibían los impactos de los balazos. Una riada de sangre, sesos y pedacitos de huesos astillados comenzó a cubrir el suelo de la nave. Sonaba una mortal letanía. Era el blues del fa-mas. El olor a pólvora y carne quemada flotaba notoriamente en el aire mientas los gritos de horror y muerte eran silenciados por las detonaciones de los cartuchos.

Finalmente, el arma vació su cargador con un sonido metálico y se produjo el silencio. El suelo estaba sembrado de cadáveres que temblaban en espasmos post-mortem. Con gran languidez, el señor Smith se acercó al casette. Arrancó la tapa sin miramientos y extrajo la cinta, poniéndole una pegatina dorada donde apenas se alcanzaba a leer CONFISCADA. Del bolsillo de su gabardina extrajo una rosa roja que depositó al lado de los cadáveres, entre los humeantes casquillos. Después se volvió hacia la puerta y giró la cabeza.



Aviso para navegantes: Esta historia es una ficción. Cualquier parecido con personas, sucesos o entidades reales es fruto de una infeliz casualidad. Pedimos disculpas por anticipado ante la posibilidad de que alguien se haya sentido ofendido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario