lunes, 19 de junio de 2006

El Nigromante

Aquel pub era lo que muchos denominarían un tugurio, frecuentado por los tipos más peligrosos de la ciudad. Bajo unos chisporroteantes fluorescentes y a ritmo de heavy metal a un volumen demencial, tíos duros con look de motero se afanaban en beber, conversar, mover la cabeza a ritmo de las guitarras y consumir sustancias ilegales. El ambiente era tan pesado como la música, cargado de humo y el hedor de lo que seguramente fuese un desagüe mal conectado. En el suelo se agolpaban aquí y allá cadáveres de cucarachas. “Esas pequeñas hijas de puta por fin muerden las trampas” solía decir el camarero con la sonrisa torcida. “Lo malo es que después hay que barrerlas”. Era un tipo fornido, el más duro de todos, con los brazos llenos de tatuajes. Así había de ser para lidiar con la clientela habitual.

Perris se hallaba sentado en una mesa de terraza reconvertida a interiores. Estaba de cara a la puerta y disfrutaba de la música mientras apuraba un Lucky ya casi consumido. Se había vuelto todo un huevero. La puerta se abrió y Perris le dirigió una mirada nerviosa. De las sombras emergió un tipo envuelto en una capa completamente empapada. Se quitó la capucha mientras bajaba las escaleras, revelando una cocorota rapada. Pipe. El hijo de puta era puntual. Se acercó sorteando las cucarachas muertas con gesto indiferente. Perris aplastó la colilla contra el cenicero y le hizo un gesto para que se sentase.

- Llueve de cojones – dijo Pipe -. Adoro el cambio climático.

- Buenas noches – saludó Perris -. Es lo que tiene. ¿Qué tal todo tío?

Pipe se reclinó en la silla de plástico, que crujió bajo su peso. Escudriñó el ambiente durante unos segundos antes de contestar.

- Bien, aquí andamos. Una vez más. ¿Y tú?

- Bien bien... Ahora que ya vuelvo a ser persona y tengo ordenador.

Pipe miró con curiosidad el tercio de cerveza que había en la mesa. Perris le ofreció con un gesto.

- ¿Lo has traído? – dijo Pipe entre trago y trago.

Perris miró a un lado y a otro.

- Sí – dijo acercándose con voz queda -. Aquí está.

De una bolsa de plástico aún mojada por la lluvia extrajo un libro y se lo ofreció a Pipe. Era un tocho titulado “La Biblia del Java”. Sin embargo, no era lo que parecía. Al abrirlo, las páginas estaban pegadas y había un hueco entre ellas hecho meticulosamente con un cortaplumas. Dentro, había un cartucho transparente con chips y lucecitas y una especie de tarjeta en la que apenas si se podía leer algo sobre “pass”. Pipe cerró el libro del nuevo.

- Que no te pillen usando eso para lo que tú y yo sabemos – dijo Perris-. Me pondrías en un compromiso.

- Descuida – dijo Pipe guardándose el libro -. Sabes que yo...

Perris se irguió súbitamente en su asiento mientras se llevaba la mano izquierda al cinturón. De entre el pantalón comenzó a sacar una mágnum del calibre 44.

- A tu espalda – dijo -. Acaba de entrar por la puerta. Te han seguido

-¡Mierda! – masculló Pipe.

Bajaba las escaleras un tipo trajeado, portando un maletín. Calzaba botines y enfundaba sus manos en guantes de cuero. Pese a la oscuridad del garito, llevaba puestas gafas de sol.

- Es un agente de representación y gestión – dijo Perris.

- A mí me parecen todos iguales- dijo Pipe mientras sujetaba la muñeca izquierda de su amigo -. Guarda eso. Resulta demasiado evidente. Le enseñaré un truquito que aprendí en Egipto.

Algo en el pecho de Pipe comenzó a brillar. Bajo el broche de la capa se entreveía un amuleto que representaba la cabeza del chacal Anubis. El hombre del traje se acercó y posó su mano libre sobre el hombro de Pipe, que estaba sentado de espaldas.

- ¿Eres el terrorista y criminal que se hace llamar Pipe? – dijo con voz ronca.

- Pudiera ser – le contestó.

- Voy a llevarte conmigo. Si te resistes, estoy autorizado al uso de la fuerza.

- Interesante – dijo Pipe -. Y dime... ¿Cómo piensas hacerlo si se te están comiendo vivo las cucarachas?

El agente esbozó un gesto de incomprensión. De repente, lanzó un aullido de dolor mientras soltaba el hombro de Pipe. Un millar de cucarachas muertas emergían de todos los rincones, animadas por un poder que no era de este mundo. Se colaban por la pernera del desdichado hombre, que cayó al suelo entre gritos de dolor y agonía. La clientela del bar se paró a contemplarle, entre incrédulos y atemorizados. Una masa de cucarachas se agolpaba sobre el cuerpo del hombre, arrancándole pedacitos de carne y ropa. Éste se debatía frenéticamente, intentando quitarse de encima los animados cadáveres de la plaga. Pero ya era demasiado tarde. Un espeso charco de sangre comenzaba a formarse en el suelo del garito.

- Venga Perris. Será mejor que nos vayamos de aquí.

Esta historia también es una ficción. Cualquier parecido con personajes o entidades reales, pura coincidencia. Animar cadáveres de animales es un proceso que requiere un largo aprendizaje y a la larga resulta peligroso. No lo intentéis en vuestras casas.

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